Son apenas las seis de la mañana y está despertándose Saint Didier. Ya que nos espera un largo día, los invito a sentarse en la terraza de la casa de Madame Watier y mojar conmigo – sin contemplación por la etiqueta – unos trozos de baguette en un auténtico café au lait. Instintivamente respiramos el dulce perfume de la lavanda y, al levantar los ojos, nos invade la energía matutina de un inmaculado cielo de Provence teñido desde ya de un intenso azul cobalto.
Hace poco, unos cerezos manchaban el paisaje de pálidos rosados. Pero, por el momento, el verano mediterráneo nos regala los trigales de Mounier, manchados de atrevidos coquelicots escarlatas; los ondulados viñedos de Zanela y los campos de girasoles descendientes directos de los de Vincent Van Gogh. Es hora de darnos una breve caminata por esta campiña provenzal entre los retorcidos pinos de Derain y de Soutine porque, con algo de suerte, podríamos sentarnos un instante en compañía de Cézanne, y contemplar a la lejanía le Chateau Noire du Monte Stainte-Victoire.
Este paseo apenas comienza. Quédense conmigo un rato más. No se muevan, en un cerrar y abrir de ojos habremos cruzado el Atlántico y el mar Caribe.
Estamos de regreso en el terruño, por lo que decidí, antes del almuerzo, hacer una parada en el paso del Zurquí. Desde allí podemos divisar las llanuras de Sarapiquí y Tortuguero y las líneas mágicas de los poderosos volcanes Irazú y Turrialba, pintadas de un gris azulado que pelea su dominio del paisaje con manchas verduscas. Si lentamente bajamos la vista, encontraremos otras líneas montañosas que van aclarándose conforme se acercan hacia el primer plano. Y así, sin darnos cuenta hemos transitado por una infinita variedad de verdes discretamente manchados, en el primer plano, por los rojos y los brillantes amarillos de mis queridas bromelias y heliconias escondidas en el maravilloso desorden tropical.
Vámonos rapidito, no queremos que nos agarre la lluvia en el Braulio Carrillo porque todavía tenemos que cruzar un asoleado Valle Central. Aunque divisamos al sur los azulados montes de Escazú, hoy bordearemos el norte: andamos por los angostos caminos de Heredia, cafetales y cañales hasta llegar al restaurante de mi amigo Rafael, camino a Poás. Me aprovecharé del volcán para rellenar, con su cráter y laguna, mis tubos de azules y verdes turquesas. Luego, voy a volar hacia el Arenal aprovisionándome de estos encendidos cadmios que descienden como serpientes de fuego desde lo más alto del cónico coloso. Muy pronto necesitaré de todos estos colores porque el viaje no termina aquí, ¡ya verán!
Nos falta algo sublime. Por eso, con brújula al Oeste, variamos violentamente de entorno: ya es hora de buscar una línea recta, horizontal y cálida. De repente, estamos recorriendo unas llanuras de tonalidades ocres regalados por la empolvada tarde guanacasteca. ¡Que lástima, olvide mi espátula! Podría plasmar en mi tela estas planas casi desérticas, estos extraños paisajes de colores casi metálicos. Pero no nos podemos detener aquí. Se nos hace tarde y no podemos perdernos el regalo más grande de nuestra costa pacífica. Como dicen los pamperos: “está aquí no mas, a la vuelta del monte”.
Al fin, el horizonte perfecto: la arena calida, los almendros, el mar y este atardecer sin igual que me obliga como por instinto espontáneo a mezclar sobre mi paleta, unos dulces magentas con violentos amarillos-anaranjados.
Admiremos en silencio este regalo de nuestra tierra… ¡Que momento más sublime para prender el más delicioso cigarrillo del día, sentado en un húmedo troco y con los pies disfrutando de esta milenaria alfombra! Permítanme agregar a esta escena marina algunos veleros solitarios, perdidos en el infinito movimiento del mar encrestado, y unos pelícanos que compiten por la mejor ola con algunos “machillos” que nadan amarrados a un tablón.
Qué día, ¿no es cierto? Quedan aún en el cielo los rastros del fuego que se apaga en el océano…
Aprovechemos de estos últimos minutos de luz. Ya es tiempo de descansar. Además, nunca pude pintar de noche…
Un fuerte abrazo a los que me acompañaron y se tomaron el tiempo de viajar conmigo, navegando en esta página, visitando mi Galería y recorrieron mi mundo. Díganme: ¿cómo podría yo mantenerme ecuánime ante tantas tentaciones, negándome el placer de manchar papeles y ensuciar el blanco inmaculado de mis telas?